Aquella experiencia
cambió mi vida. Todo comenzó hace más de tres años. Mi hija pasaba unas noches
espantosas, a penas dormía y lloraba de una manera extraña. Al principio no le
dimos importancia, pero con el paso de los días, empezamos a preocuparnos. Una
mañana, Rocío amaneció con arañazos por todo el cuerpo. En casa nunca hemos tenido
gatos, ni siquiera hay jardín por el que pueda colarse alguno. También era
imposible que se los hubiera hecho ella misma, pues eran demasiado.
A partir de ahí, la niña se negó a dormir sola, le daba
miedo y repetía que los monstruos volverían a por ella, que así se lo habían
dicho. Nosotros pensamos que eso de los fantasmas eran chiquilladas propias de
alguien de su edad, pero el pánico que sentía a la oscuridad y la soledad era
excesivo.
Mi marido y yo empezamos a tener el sueño más ligero que
nunca, nos despertábamos con frecuencia sobresaltados al escuchar ruidos a los
que no encontrábamos explicación. Hubo un momento en el que pensé que acabaría
volviéndome loca. Lo que pasaba en nuestra casa cada noche no era normal y
tampoco encontrábamos un razonamiento lógico a los ruidos en mitad de la
madrugada, a los llantos desconsolados de Rocío y mucho menos a los arañazos
que, gracias a Dios, no habían vuelto a aparecer.
Fue entonces cuando Rafa,
tras consultarlo con varios especialistas en fenómenos paranormales, decidió
poner cámaras en todas las habitaciones, un circuito de vigilancia que grabaría
todo cuanto aconteciese en nuestro hogar durante las veinticuatro horas del día.
Lo que pudimos ver en la primera de las grabaciones nos
estremeció. En el salón, la tele se encendía sola a media noche. En la cocina,
los utensilios colgados en la pared se movían y en los pasillos, los cuadros
cambiaban de posición, pasando a estar torcidos e incluso al revés. Y así un
día tras otro. Definitivamente, aquello era una locura.
La experta que contratamos nos dijo que la solución a
nuestros males podía estar en Rocío. Los niños, mientras más pequeños, más sensibilidad
tienen a los espíritus. Después de darle muchas vueltas, aceptamos la
sugerencia. Fueron varias sesiones en las que Rocío entraba en contacto con
aquellos seres tratando de conseguir que dejaran la casa, pero estos se
resistían pues, según supimos más tarde, habían vivido allí hace años, muriendo
en un incendio que llegó a afectar, incluso, a los edificios contiguos.
Hoy se cumplen seis meses de la última sesión de Rocío.
Parece que los espíritus por fin nos han dejado tranquilos. Ahora dormimos algo
mejor, nuestra pequeña va al psicólogo dos veces en semana, yo tomo medicación
para los nervios y Rafa ha puesto todas las medidas de seguridad habidas y por
haber. No le deseo a nadie lo que nos ha pasado. Como esos malditos fantasmas
vuelvan a aparecer por casa me mudo, ya lo creo que me mudo…
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