jueves, 11 de febrero de 2016

Este jueves, un relato: "una de fantasmas"



Aquella experiencia cambió mi vida. Todo comenzó hace más de tres años. Mi hija pasaba unas noches espantosas, a penas dormía y lloraba de una manera extraña. Al principio no le dimos importancia, pero con el paso de los días, empezamos a preocuparnos. Una mañana, Rocío amaneció con arañazos por todo el cuerpo. En casa nunca hemos tenido gatos, ni siquiera hay jardín por el que pueda colarse alguno. También era imposible que se los hubiera hecho ella misma, pues eran demasiado.

            A partir de ahí, la niña se negó a dormir sola, le daba miedo y repetía que los monstruos volverían a por ella, que así se lo habían dicho. Nosotros pensamos que eso de los fantasmas eran chiquilladas propias de alguien de su edad, pero el pánico que sentía a la oscuridad y la soledad era excesivo.

            Mi marido y yo empezamos a tener el sueño más ligero que nunca, nos despertábamos con frecuencia sobresaltados al escuchar ruidos a los que no encontrábamos explicación. Hubo un momento en el que pensé que acabaría volviéndome loca. Lo que pasaba en nuestra casa cada noche no era normal y tampoco encontrábamos un razonamiento lógico a los ruidos en mitad de la madrugada, a los llantos desconsolados de Rocío y mucho menos a los arañazos que, gracias a Dios, no habían vuelto a aparecer.

          Fue entonces cuando Rafa, tras consultarlo con varios especialistas en fenómenos paranormales, decidió poner cámaras en todas las habitaciones, un circuito de vigilancia que grabaría todo cuanto aconteciese en nuestro hogar durante las veinticuatro horas del día.

            Lo que pudimos ver en la primera de las grabaciones nos estremeció. En el salón, la tele se encendía sola a media noche. En la cocina, los utensilios colgados en la pared se movían y en los pasillos, los cuadros cambiaban de posición, pasando a estar torcidos e incluso al revés. Y así un día tras otro. Definitivamente, aquello era una locura.

            La experta que contratamos nos dijo que la solución a nuestros males podía estar en Rocío. Los niños, mientras más pequeños, más sensibilidad tienen a los espíritus. Después de darle muchas vueltas, aceptamos la sugerencia. Fueron varias sesiones en las que Rocío entraba en contacto con aquellos seres tratando de conseguir que dejaran la casa, pero estos se resistían pues, según supimos más tarde, habían vivido allí hace años, muriendo en un incendio que llegó a afectar, incluso, a los edificios contiguos.

            Hoy se cumplen seis meses de la última sesión de Rocío. Parece que los espíritus por fin nos han dejado tranquilos. Ahora dormimos algo mejor, nuestra pequeña va al psicólogo dos veces en semana, yo tomo medicación para los nervios y Rafa ha puesto todas las medidas de seguridad habidas y por haber. No le deseo a nadie lo que nos ha pasado. Como esos malditos fantasmas vuelvan a aparecer por casa me mudo, ya lo creo que me mudo…       

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