viernes, 27 de marzo de 2015

En manos de las letras




Siempre había participado en el certamen y en pocas ocasiones se había quedado sin premio. ¿Por qué ahora su mente se había declarado en huelga?
           
            Aquella tarde se encerró en su habitación, en silencio, desconectó el teléfono móvil, se tomó un café doble y se dispuso a esperar, con impaciencia, la visita de las musas. “Venga, Fátima, un poco de calma”, se decía para tranquilizarse.

            Mientras, en el interior de su cerebro, las letras convocaron una asamblea extraordinaria para tratar de ayudarla. “Ha llegado el momento”, dijo la veterana de las  “as”. “Tenemos que dejar atrás la pereza. Es cierto que aquí se está muy bien, todas juntas, tan a gusto, sin temor a las críticas de ahí fuera. Pero nuestra misión es ser utilizadas por Fátima, facilitarle su trabajo. Además, pensarlo bien, ¿no os atrae la idea de la fama? Formar parte de un relato y ser vistas por multitud de curiosos ojos?”. Un murmullo invadió la mente de Fátima, donde las letras comenzaban a cambiar de opinión y a ordenarse dispuestas a salir.   

            La joven notó un leve dolor de cabeza y justo cuando se disponía a abordar la misión, un torrente de ideas la sorprendió. Eran tantas que no sabía por cual decantarse hasta que se decidió por una de ellas. “¡Por fin tengo tema para mi relato!”, exclamó. Y se puso a escribir como nunca antes lo había hecho.
           
            La veterana “a” se sintió orgullosa de la labor realizada. Había llegado el momento de dar paso a su sucesora, su misión allí había culminado. Y salió para formar parte de la última de las palabras de un precioso relato con el que Fátima ganó, una vez más, el concurso de la Universidad.  

miércoles, 4 de marzo de 2015

Este jueves, un relato: "Título sorpresa"




Una pizza a cuatro besos 

Cuando Diana comenzaba a desesperarse, un watshapp la sorprendió, despertándole de nuevo la ilusión. “Te doy una cita. Una que no podrás olvidar. Este sábado, cuando la pizzería cierre, te estaré esperando dentro. Nos vemos”.

Llegó la noche que tanto ansiaba. Estuvo rondando por la pizzería hasta comprobar que alguien cerraba la puerta desde dentro. Era él. Se acercó, dio un par de toques con los nudillos y Lucas salió a recibirla. Se saludaron y pasaron dentro. Había preparado una mesa preciosa, que nada tenía que envidiar a las de las citas que salen en las películas de amor.

            “Siéntate. Si realmente quieres que tengamos esta cita, debes de atajar mis normas, de lo contrario, aún estás a tiempo de salir por esa puerta”, dijo Lucas. Diana, ya que había llegado hasta allí, no podía desperdiciar la oportunidad, y aceptó. “De acuerdo, así lo haré”.

            El joven entró a la cocina y salió de ella con una pizza que tenía un aspecto más que apetecible. “Esta es mi especialidad, la cuatro quesos. Voy a proponerte un juego. Como ves, esta pizza posee cuatro tipos distintos de queso. Te reto a que los probemos, deleitándonos, juntos, con su rico sabor. Empezaremos por el queso mozzarella. Se trata de un queso suave, ligero, que a penas se percibe, pero tan importante cómo los demás. Igual que un pico. Un beso que casi no se nota, pero que te puede llegar a estremecer. Toma, prueba”. Y dirigiendo el tenedor hacia la boca de la joven, le dio a tomar un trozo de pizza al que le sucedió un pequeño beso en la comisura de los labios.

-“Delicioso ¿verdad? ¿Quieres que continuemos?”
-“Por supuesto”.

            “El siguiente queso del que se compone mi pizza es el gouda. Éste tiene un saber algo más pronunciado, lo bastante para gustar a todos, incluso a los que no son muy amantes de este lácteo ingrediente. A mí me recuerda al primer beso que se da una pareja. Ese que se disfruta lentamente, sin prisa, saboreando cada momento. ¿Quieres?”. Diana se derretía por dentro tanto o más que los quesos de aquella pizza, intuyendo cómo podía continuar la cita. De nuevo probaron un trozo y Lucas se acercó dándole un beso tal y como el de su descripción.

            “¿Y esos coloretes? ¿Tienes calor? Te advierto que la temperatura va a seguir subiendo. Nos toca el queso azul. Intenso, de sabor fuerte, difícil de olvidar, cuyo gusto permanece durante largo rato. ¿A que beso te recuerda? ¿A uno de tornillo tal vez? Acércate. Voy a poner un trozo en mi boca. Quiero que lo disfrutemos juntos”.

            Diana se sentía la mujer más dichosa de la tierra. El hombre que tanto la atraía le había preparado una cita llena de besos.

            “Lo siento, hemos llegado al último de los quesos y quien sabe si con él también al último de nuestros besos. El rulo de cabra. Este tipo de queso es diferente. Tiene un sabor que no sabría explicarte, pero que hace que la pizza quede redonda al conjugarse con los demás. A mí, es el que más me gusta”. Diana, movida por un irrefrenable impulso, se abalanzó sobre Lucas y se dejó hacer durante unos intensos minutos llenos de pasión. Disfrutó cada caricia, cada abrazo, cada beso. Era el momento de dejarse llevar. Tal vez no volvería a tener una cita, o puede que fuera la primera de muchas. En cualquier caso, estaba experimentando sensaciones que nunca pensaba alcanzar.

            Cuando terminaron, abrazados, desnudos sobre el suelo de la pizzería, se miraron a los ojos y supieron que lo de aquella noche iba más allá de la pasión de un instante. Al menos, tendrían que repetir un sábado más para probar la siguiente pizza de la carta. 


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