jueves, 21 de febrero de 2013

Amigas, ¿para siempre?



El metro, testigo mudo de tantas historias, volvió a serlo una vez más. Rocío andaba tan absorta en la novela que estaba leyendo, que se asustó al sentir una mano sobre su hombro. Al girar la cabeza, vio sorprendida que se trataba de Claudia, su mejor amiga de la infancia. Comenzaron a hablar. Parecía como si el tiempo no hubiera pasado, lo único que cambiaban eran los temas de conversación.
Rocío se había casado, tenía un hijo y era muy feliz. Claudia siempre había sido la loca de la clase y aún continuaba igual. No le gustaban los compromisos y andaba con unos y con otros como cuando era adolescente, de hecho, ahora mismo estaba saliendo con uno de ellos. A Rocío esto le parecía una barbaridad, pero a esas alturas pensaba que ya nada podía sorprenderle tratándose de ella.
La siguiente estación era la suya, por lo que decidió darle a su amiga una tarjeta de visita para quedar algún día a tomar un café. Al abrir la cartera, Claudia pudo ver una foto del chico con el que solía pasar las noches los fines de semana. “¿Es tu hijo?”, le preguntó aún sabiendo cual iba a ser la respuesta. “Si, a que es guapo ¿verdad?”. La megafonía del metro anunció la próxima parada y las dos amigas se despidieron con un abrazo y un par de besos. “Ya te llamaré”, dijo Claudia mientras Rocío bajaba al andén. Pero nunca llegaron a tomarse aquel café…

jueves, 14 de febrero de 2013

Este jueves, un relato: In fraganti



El nuevo restaurante abría sus puertas esa noche y todo estaba listo para la gran inauguración. El local cumplía los requisitos para resultar exitoso. Ubicado en el centro de la ciudad, disponía que una decoración moderna y de un menú atractivo a la vez que asequible a todos los bolsillos. Por si esto fuera poco, la oferta 2x1 durante el fin de semana era de lo más tentadora para captar la atención de los potenciales clientes.
            Ricardo, el dueño, había pensado en cada detalle y aquel día andaba de un lado para otro supervisándolo todo y dando órdenes claras y concisas a los trabajadores. El jefe de cocina, consciente de su  responsabilidad, se afanaba en que los platos estuvieran preparados en el menor tiempo posible, con una buena presentación y un mejor sabor. Para ello contaba con la ayuda de un equipo de cocineros con amplia experiencia. Los camareros, por su parte, servían las comandas con gran rapidez y siempre sin perder la sonrisa. Los clientes se veían satisfechos y se respiraba un ambiente de alegría.
Todo iba sobre ruedas hasta que llegó la hora de los postres. Los cocineros habían preparado la noche anterior un novedoso plato que requería pasar veinticuatro horas en el frigorífico para alcanzar un estado consistente y delicioso. Ricardo, al igual que el resto de trabajadores del restaurante, lo había probado en las pruebas iniciales y le había parecido brillante. Estaba convencido de que aquel apetecible dulce pondría un  magnífico broche final a la velada. Él  mismo se encargó personalmente de abrir unas botellas de champán con las que llenó las copas de los comensales antes de darles a probar el postre de la casa.
Pasaban los minutos y el servicio de camareros seguía sin aparecer. Ricardo imaginó que aún estaban culminando la presentación de los platos y trató de entretener a los clientes dándoles las gracias por confiar en su equipo para la cena de esa noche. “Espero que no se arrepientan de su visita y que volvamos a verles pronto por nuestras instalaciones”. Al terminar de pronunciar esas palabras se escuchó un enorme grito procedente de la cocina. “Tranquilos”, dijo, “voy a ver qué sucede y en nada estoy de vuelta con ustedes, no se preocupen, de verdad”.
La escena con la que se encontró al pasar la puerta fue de lo más desconcertante. Una de las cocineras estaba tirada en el suelo, inconsciente, algo hinchada y con la cara completamente roja, mientras el jefe de cocina llamaba por teléfono al 112 y el resto de empleados intentaba mantener la calma.
Al saber que la ambulancia venía de camino, Ricardo entró a la cámara frigorífica destinada a los postres y comprobó que a penas quedaban un par de platos llenos, el resto, tan limpios que parecían ya fregados, se acumulaban apilados en una esquina. ¡Un momento!, pensó. Y dirigiéndose a sus atentos trabajadores dijo: “¿A nadie se le ha ocurrido mirarle las manos?” Efectivamente, confirmó sus sospechas al comprobar que la joven enferma las tenía manchadas con los ingredientes del postre estrella, a lo que había que añadir algunos ligeros churretes en su cara. La había pillado, nunca mejor dicho, con las manos en la masa, aunque ahora lo principal era su salud, la regañina ya le caería después. Además, nadie se queda inconsciente solo por darse un atracón…
Más historias in fraganti en el blog de Gustavo

martes, 5 de febrero de 2013

Miky



 
Sólo Miky conoce su verdadera historia. A pesar de su corta edad, ha tenido cinco familias diferentes y ha vivido en varias casas y en otro tipo de residencias con menos comodidades. Cuando se acostumbra a un hogar, tiene que abandonarlo, o mejor dicho, lo echan sin tener en cuenta sus sentimientos. Ahora, acurrucado en la cuneta de una carretera secundaria, espera que algún coche pare y lo recoja. Hace frío y amenaza lluvia, además, comienza a anochecer. "Para esto podían haberme llevado a la perrera", piensa, "al menos allí tendría con quien ladrar".