miércoles, 28 de agosto de 2013

Este jueves, un relato: "Imaginemos en el nombre del amor..."





Aquel fue, sin duda, su peor año. 365 días que deseaba borrar de su mente. Siempre había llevado una vida tranquila y sosegada hasta que apareció él para desordenarlo todo. No lo decidieron así, fue algo que surgió sin que ninguno de los dos pudiera hacer nada para evitarlo. Cuando quisieron darse cuenta, se habían enamorado tanto el uno del otro que no concebían una existencia por separado.

A la vista de todos, eran la pareja perfecta, pero las cosas comenzaron a torcerse cuando los padres de ella se enteraron, oponiéndose rotundamente a la relación. “Tú aún eres joven, hija, estás enamorada y no ves más allá, pero debes hacernos caso, ese chico no te conviene, créeme, es mejor que lo dejes ahora, antes de que duela todavía más”. Escuchó esas palabras de boca de su madre cientos de veces, siempre las mismas, pero nunca un solo argumento sólido por el que pudieran desquebrajarse los cimientos de la pareja que habían formado. Su padre no hablaba del tema, solo miraba a su mujer y asentía con una leve sonrisa forzada.

La vida en común de la feliz pareja empezó a tambalearse como si del camino de un malabarista sobre la cuerda floja se tratara. Las discusiones eran cada vez más frecuentes y llegó un momento en el que él no pudo soportar más y optó por desaparecer. A partir de ahí, ni una llamada, ni un mensaje, era como si se lo hubiese tragado la tierra.

Durante un año, no hubo ni un solo día en el que ella no derramara al menos un par de lágrimas por él. Llegó a llorar tanto que pensó que moriría ahogada en su propio llanto. Era consciente de que la vuelta probablemente no se produciría, pero se negaba a perder la esperanza de vivir el reencuentro y disfrutar de una segunda oportunidad. Un año, ese era el plazo que se había marcado y que estaba a punto de concluir. Después, si no aparecía, si continuaba sin dar señales de vida, se prometió a si misma cambiar el chip e intentar volver a ser la chica alegre de antes.

Se encontraba inmersa en sus pensamientos cuando sonó el timbre. Sobresaltada, se levantó dirigiéndose hacia la puerta con miedo a descubrir quién había detrás. Eran casi las doce de la noche y el plazo marcado estaba a punto de finalizar. ¿Sería él? Prefirió no asomarse por la mirilla, mejor abrir directamente y salir por fin de dudas.

Allí estaba él, mirándola fijamente con aquellos enormes ojos verdes que tanto había echado de menos, y no solo eso, también a sus labios carnosos, su tez morena, su torso, su pelo negro y ensortijado que ella se encargaba de despeinar… Sintió un deseo irrefrenable de besarlo, acariciarlo, volver a sentirse suya otra vez. Sin pensarlo, se abalanzó sobre él besándolo apasionadamente mientras lo dirigía hacia su dormitorio. Ya habría tiempo para explicaciones más tarde. 

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