jueves, 29 de diciembre de 2011

Un regalo inolvidable

Para inaugurar el blog, que mejor que un cuento de Navidad, debido a las fechas en las que estamos. Este lo escribí hace un par de años y me lo publicaron en el Ideal. Espero que os guste.

Aquella fría y lluviosa noche de invierno Dolores se encontraba mirando como caían las gotas de agua tras la ventana. Desde su habitación de la residencia de ancianos donde la habían dejado sus hijos varios años atrás, meditaba sobre su pasado.
            De familia humilde, pasó su infancia ayudando a su madre en las tareas del hogar. Eran cinco hermanos, ella la única mujer, por lo que Juan, Pedro, Ramón y Miguel iban al campo con su padre. Se echó novio muy pronto, a los doce años, y desde entonces nunca se separó de él. Se casaron al cumplir la mayoría de edad y juntos vivieron hasta que Dolores enviudó. A partir de entonces, su vida cambió radicalmente.
            Lo que más le entristecía era la Navidad, concretamente Nochebuena, sus hijos vivían lejos y no podían viajar hasta la residencia para estar juntos en esa fecha tan señalada. A ella le parecía una excusa, puesto que, como dice el refranero popular, “querer es poder” y más aún si se trata de cosas relacionadas con la familia. Pero en esta ocasión, Dolores no podía ni imaginar lo que le deparaba la noche del veinticuatro de diciembre.
            Ese día la residencia era un ir y venir de gente, no paraban de llegar coches con familias que venían a por los ancianos para llevárselos a casa y cenar juntos. La alegría parecía inundarlo todo, muchos niños pequeños abrazaban y besaban a sus abuelos y la música de los villancicos recordaba lo entrañable de la ocasión. Pero Dolores, y otros tantos mayores, se quedaban tristes y cabizbajos, viendo como un año más, pasarían esa noche entre las cuatro paredes de la que ahora era su vivienda.
            El reloj marcaba las ocho de la tarde, ya no se oían niños correr por los pasillos ni se veía movimiento de coches, el único ruido que podía escucharse era el de los villancicos que intentaban animar el ambiente. Pero daba igual cual fuera la música, los corazones de los ancianos que pasarían allí la noche se encontraban tristes, doloridos, parecía no haber nada que les hiciera olvidar la pena de encontrarse lejos de sus familias en Nochebuena.
            Dolores se disponía entonces a arreglarse para la cena, ese día el menú era diferente, especial, las cocineras preparaban con mimo los platos para sus “abuelitos”, como llamaban a los residentes. ¡Hasta podían darse el gusto de tomar algún mantecado o trocito de turrón!, eso si, sin azúcar, para que no sentará mal a los que padecían diabetes. Y lo más esperado de la noche, los regalos. Todos esperaban ansiosos ese momento en el que recibían paquetes que abrían con ilusión. Unos guantes, una bufanda de lana, unos zapatos nuevos…cada anciano recibía lo que más necesitaba para pasar el invierno.
            Algunos años era Papá Noel el que repartía los presentes, otras veces los trabajadores de la residencia y en ocasiones los paquetes se ponían bajo el árbol de Navidad de la entrada para que cada uno cogiera el suyo. Este año, las cosas habían cambiado mucho. Una vez terminada la cena la directora del centro anunció que un grupo de niños pasaría al comedor para cantar villancicos y repartir los regalos.
            Poco a poco la sala se fue llenando de niños, y el rostro de los ancianos, hasta entonces triste, se tornaba en alegría, con unas enormes sonrisas que dedicaban a los pequeños. Dolores se acordó de sus nietos, hacía mucho tiempo que no los veía y seguro que habían cambiado mucho. Por cierto, que ella era de las pocas personas que quedaban sin recibir sus obsequios. ¿Se habrían olvidado de su regalo? pensó. Pero entonces pasó algo inesperado, mágico, de repente el grupo de chiquillos se acercaba cada vez más hacia ella, y entre todos, pronto encontró a Santi y Lucía, ¡Sus nietos!
            Dolores pensó que estaba soñando, aquello era imposible ¿qué hacían sus nietos en la residencia en Nochebuena? ¡No se lo podía creer! Se acercaron a ella y los tres se fundieron en un profundo abrazo que parecía no tener fin. El comedor se quedó en silencio y todos miraban la tierna escena. Entonces, entre sollozos, Lucía le dijo: “Abuelita, corre, coge algunas cosas de equipaje que nos vamos a casa a pasar la Nochebuena, mañana volvemos a por toda tu ropa porqué ahora vas a vivir con nosotros”. 
            Nerviosa pero muy contenta y sin creer lo que le estaba sucediendo, Dolores preparó el camisón, una falda y un par de camisas, se puso el abrigo, y salieron a la calle, donde los esperaban en el coche su hija Lola y su yerno Santiago. De camino a casa, Lola le explicó que a Santiago lo habían destinado muy cerca del pueblo, y que ahora, no solo vivirían todos juntos, sino que además, podría ir al pueblo siempre que quisiera.
            Dolores no olvidará jamás la Nochebuena de aquel año, durmió como una reina, olvidó los rencores a sus hijos y dejó atrás los años de soledad en la residencia. Una nueva vida le esperaba rodeada de los suyos. Una nueva vida en la que ya no cabía la tristeza, en la que todos los días serían Navidad.

martes, 27 de diciembre de 2011

¡Bienvenidos!

En primer lugar, quería daros la bienvenida a todos a mi nuevo blog. Después de sopesarlo mucho y, sobre todo, impulsada por mis compañeros del Taller de Narrativa, me he animado a adentrarme en este mundo de los blog. Quienes me conocéis ya sabéis que me encanta escribir y que mejor sitio que este para contaros cosas y compartir con vosotros algunos de mis escritos y relatos. Mi intención es ir publicando conforme vaya teniendo tiempo, desde algún artículo o noticia firmada por mí que crea que os puede interesar, hasta pequeños cuentos o historias, pasando por pensamientos o ideas que se me pasen por la cabeza. Espero que lo que escriba sea de vuestro agrado y que no os hartéis de mí enseguida... jajaja. Muchos besos a todos y... ¡¡comienza la aventura!!