DIARIO DE UNA PRESA
Día 365. Hace un año que entré en esta prisión y no hay ni un solo día que no me arrepienta de lo que hice. ¡Fui tan imbécil! Arruiné mi vida por una cantidad de dinero que ya nunca lograré conseguir. Si ya me lo decía mi madre, “hay que ganarse la vida de forma honrada, hija”. Pues nada, yo elegí el camino más corto y me equivoqué. Ahora no me queda más que apechugar con las consecuencias.
Sabía que el plan era arriesgado. Los controles en el aeropuerto son duros y no resulta tan fácil pasar droga. Pero la manera que me habían recomendado a mí parecía tan segura… Pensé que no sospecharían de un par de figuras de porcelana que llevaba en el equipaje de mano a modo de souvenir. Si lograba embarcar, seis mil euros me esperaban al terminar el viaje y un futuro mejor con mi hija, a la que ya a penas podía alimentar. Era arriesgado, pero merecía la pena. ¡Seis mil euros por un viaje!
Solo una persona en España conocía mis intenciones. Peleada con mi madre, necesitaba alguien de confianza con quien dejar a la niña durante mi ausencia. Y nadie mejor que mi amiga Chari. Le hice prometer que cuidaría de ella en caso de que me sucediera algo, aunque esta era una posibilidad que ninguna de las dos barajábamos. ¡Que mal lo ha debido de pasar ella también! Cuando llegaron a España noticias mías, asuntos sociales se puso en contacto con mi madre, la única familiar que encontraron, y le dieron la custodia de mi pequeña hasta mi vuelta.
No quiero ni recordar el momento en el que me detuvieron y me llevaron hasta aquella cochambrosa sala del aeropuerto Ernesto Cortissoz, en Colombia. Dos policías con cara de pocos amigos comenzaron a increparme, preguntándome si creía que eran tontos, “nosotros ya conocemos prácticamente todas las formas que inventan los narcos para traficar con droga”, repetían. “Se aprovechan de vosotros, los correos y las mulas, para taparse el culo”.
A partir de ahí, comenzó el calvario que ahora vivo. Aquí, las leyes son duras, mi condena es de cinco años por intentar pasar un kilo de droga, ¡cinco años! Aún llevo solo uno encerrada en esta prisión y me parece toda una vida. Los días se hacen eternos, el ambiente no es bueno y la comida es todavía peor. La soledad y la falta de libertad hacen mella en mi salud, que empieza a deteriorarse. ¡Esto es una pesadilla! No dejo de pensar en mi hija, tiene cuatro años y cuando regrese a España, creo que no me recordará. Por no hablar de lo que le esté contando mientras mi madre…
Ella es lo único que me hace seguir adelante, pensar en mi niña. Mi niña, por la que hice todo esto. Sé que jamás me lo perdonaré. Sé que jamás me perdonará.
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