NOTA: Esta semana, Dorotea nos propone un divertido juego. Los jueveros debemos escribir nuestros relatos bajo el alias que otro miembro del grupo ha decidido y el texto debe contener, además, las cinco palabras que dicha persona ha elegido. A mi me ha tocado Micomicona como alias y las palabras que tienen que salir en mi historia son las que aparecen subrayadas en el texto, a saber: Zen, lábil, lapislázuli, encanto y luz.
Micomicona
Nunca pensó ser princesa y ahora, no solamente lo era, sino que incluso tenía asegurado su propio reino. Pero ya se sabe, la vida no es fácil, ni siquiera para la monarquía. Dorotea, más conocida como la princesa Micomicona, había decidido abandonar el país por miedo a que su padre, el rey Tinacrio el Sabidor, la casara con el gigante Pandafinaldo.
Aquella joven hermosa era capaz de enamorar a cualquier príncipe extranjero con sus encantos. Sin embargo, no estaba dispuesta a dejarlo todo para irse con el primero que se cruzara en su camino. Acordó que se quedaría con el que antes le regalara el más precioso mineral que nadie había visto jamás, un lapislázuli de proporciones perfectas, que poseía la virtud de reflejar el futuro gracias a la luz solar. Era consciente de que, con él en su poder, en adelante, nada ni nadie le impediría llevar una vida plena y feliz. El mineral le avisaría de los peligros que pudieran acecharle y le permitiría, además, tomar decisiones a sabiendas de las repercusiones que éstas pudieran traerle. El plan era perfecto, simplemente había una condición: el hombre que aspirara a ser su marido debía entregarle el lapislázuli antes de que ella lo encontrara.
A la espera de que alguien lograra su propósito, Dorotea hacía altos en el camino para prácticar zen, algo que le relajaba y le llevaba a olvidar, por unos instantes, los planes que su padre tenía para ella. ¿Cómo podía pensar que una distinguida princesa de su altura aceptaría contraer matrimonio con el más temible gigante de la región? ¿A caso quería amargarle la vida? No era, en absoluto, esa muñeca lábil que él imaginaba, todo lo contrario, los años la habían convertido en una ambiciosa mujer dispuesta a alcanzar sus objetivos.
En esas andaba, ensimismada en sus pensamientos, cuándo la pantalla del ordenador mostró el siguiente mensaje: “Se acabaron sus vidas, continúe jugando mañana”. Dorotea, enfadada, tiró el ratón sobre la cama. No le quedaba otra que esperar al día siguiente para terminar, por fin, el videojuego al que llevaba enganchada todo el verano.
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