jueves, 27 de marzo de 2014

Este jueves, un relato: "¡A volar!"




Voló tan alto que cuando quiso regresar no supo cómo hacerlo. La subida fue rápida y temía una bajada igual de fugaz. Una vez en la cima, caer al suelo y romperse en mil pedazos podía ser cuestión de segundos.

Sintió angustia y un sudor recorriendo su piel. Nunca había temido sufrir dolor, padecer soledad o caer en depresión. Estaba acostumbrado a observar la vida desde una posición privilegiada, pero ahora la adversidad rondaba la cumbre de esa montaña que él mismo había construido.

Miró hacia abajo con valentía, pese al vértigo y la incertidumbre que comenzaban a apoderarse de cada rincón de su cuerpo y su mente. Caer poco a poco, igual resultaba más agobiante, puede que no lo resistiera. Sin embargo, lanzarse al precipicio y dejarse caer sin más, quizás fuera la mejor solución.

Respiró hondo. Observó todo lo que había conseguido y se maldijo mientras caía directo al suelo. Tocaba volver a la realidad y aceptar que todo había sido un sueño efímero. A pesar de ello, aún le quedaba la esperanza de reconstruir sus alas, tras el aterrizaje, y retomar el vuelo, esta vez de una manera más lenta y sensata.

Más historias sobre todo tipo de vuelos en el blog de Alberto V 





martes, 25 de marzo de 2014

Sobre mi piel


Llegó mi turno. Acaban de ponerme sobre la mesa. Deslizan sobre mí un objeto punzante que me hace cosquillas. Poco a poco, mi cuerpo se cubre de color. Al principio son movimientos ligeros y titubeantes. Después, algo más violentos. Me duele. Acaban de hacerme un pequeño agujero de tanto rallar mi delicada piel. De repente, paran. Creo que llega la calma, pero no es así. Unas manos me cogen con rabia y siento pliegues que aumentan en número e intensidad. Paso de ser plano a deforme. No me gusta. Sé que ha llegado el fin cuando me lanzan a la papelera y mi cuerpo choca contra el fondo.

domingo, 16 de marzo de 2014

El equipaje




Preparó dos mochilas. En una metió la ropa y otros enseres que le serían de utilidad en el viaje. En la otra, todo aquello que le había enseñado su padre. Una serie de ideales de los que no debía desprenderse si quería triunfar en la vida:

Valor para afrontar las adversidades. Optimismo para mirar al futuro con esperanza. Generosidad que compartir con los demás. Esfuerzo con el que lograr cuánto se propusiera. Y sobre todo, amor, a fin de sembrar a su alrededor felicidad, compañerismo y amistad y evitar odio, envidias y rencores.

Sabía que el camino no resultaría fácil. Aún así, estaba convencido de que la mochila que encerraba los sedimentos heredados de su progenitor, le daría la fuerza y el coraje necesarios para llevar una vida honrada, plena y feliz.

Se secó las lágrimas, consciente de que ese día comenzaba el cambio generacional. Su padre ya no le vería llegar a lo más alto. Puede que ni él mismo alcanzara su objetivo. Lo que tenía claro es que trasmitiría todos aquellos valores a su hijo, a fin de que la memoria y el nombre de sus antepasados se perpetuaran en el tiempo.
 


Este y otros textos de los compañeros de la Asociación Literaria Café de Palabras se encuentran expuestos en el Museo Provincial de Jaén, hasta el 27 de abril, en la exposición "Sedimentos", organizada por el colectivo Metáfora. Desde aquí os animo a que la visitéis.

jueves, 6 de marzo de 2014

Este jueves, un relato: Mascotas



En cuanto conocí la propuesta de este jueves, pensé en mi querida Blanquita. La perra más guapa y buena que he conocido y conoceré nunca. Escribir esto me produce una mezcla de alegría y tristeza, nostalgia del tiempo que disfruté de su compañía.

En nuestra familia nunca habíamos tenido perro, aunque si otras mascotas como tortugas, canarios o peces. Mi hermana insistía en que acogiéramos a uno, pero mis padres siempre le decían que no, hasta que le prometieron que conseguiría su deseo cuando terminara los estudios en el instituto.

Así fue como Blanquita llegó a nuestra casa. Una amiga de mi tía tenía una perra en el campo, que había dado a luz cuatro cachorros y nosotros nos quedamos con uno de ellos. Cuando nos la dieron parecía un peluche, tan pequeña, blanca como la nieve (de ahí su nombre), sin apenas pelo y con un hocico rosa claro que tenía un pequeño lunar negro en el centro. En seguida se hizo con el cariño de todos. Se puede decir que se convirtió en la alegría de la casa.
           
            Blanquita no era una perra cualquiera. Nos dimos cuenta enseguida de que tenía algo especial y así nos lo confirmó el veterinario. Sorda de nacimiento, había que tener mucho cuidado para que no le pasara nada cuando salíamos de paseo por campo, ya que no escuchaba el sonido de los coches.

            Con el tiempo, aquel pequeño cachorro se convirtió en una preciosa perra de pelo blanco y ensortijado, tan suave, que daba gusto acariciarla. Además, la mancha negra del hocico se extendió, cubriéndolo entero y pasando a ser de ese color.

            Son muchas las satisfacciones que Blanquita nos dio. Es increíble lo agradecido que puede llegar a ser un animal y lo contento que se pone cuando llegas a casa tras haber estado fuera. Ya quisieran algunos humanos ser la mitad de cariñosos que casi cualquier perro, pues me consta, por otras experiencias que conozco, que la mayoría suelen dar estas muestras de aprecio a sus dueños.

            Los años pasan para todos, incluso para nuestra querida mascota, que cada día se hacía un poquito más mayor. Seguía bien, aunque en sus últimos días de existencia notamos que se cansaba enseguida, e incluso le suponía un gran esfuerzo dar pequeños paseos. Ya no tenía la vitalidad de su juventud.

            Así estuvo un par de semanas hasta que, el 9 de junio de 2012, su corazón dejó de latir. Fui yo misma quien me la encontré delante de las escaleras. Mi hermana también la había visto al bajar a trabajar, pero pensó que estaba dormida, pues se quedó tal y cómo estaba cuando se echaba una de sus interminables siestas. Pero no era así, le di una pequeña patada con el pie, con el temor de que no despertara. Era cómo si intuyera lo que había pasado, que ya nunca volvería a despertar, que aquella era su última y definitiva siesta.

 Si os apetece, también podéis leer la entrada que escribí cuando Blanquita falleció pinchando en este enlace http://conunasonrisaa.blogspot.com.es/2012/06/blanquita-mi-perra.html 

Conoce a otras mascotas en el blog de Charo

martes, 4 de marzo de 2014

Tranquilidad inusitada



("Árboles", de Chari Leiva)


El bosque le resultó diferente esa tarde. Conocedora de cada uno de sus rincones, la imagen que observaban sus ojos era la misma que otras veces. Sin embargo, algo le hacía intuir que las cosas habían cambiado.

Los árboles continuaban intactos. El cielo parecía enfadado por su incapacidad de percibir los cambios que la naturaleza ofrecía. A pesar de ello, notaba una extraña sensación de calma. ¿Cómo era posible con la tormenta a punto de estallar?

Cerró los ojos y se percató de la realidad. Podría seguir disfrutando de las bellas imágenes del bosque, pero no de los sonidos de las ramas crujiendo bajo sus pies, los pájaros cantando en primavera y el devenir del aire.

Puedes leer más historias en torno a la obra de la artista Chari Leiva en el blog de la Asociación Literaria Café de Palabras y conocer sus pinturas en http://www.charileiva.com/