Juan regresaba al pueblo cuarenta
años después. Tras cuatro décadas de intenso trabajo fuera de casa, llegaba el
momento de volver a sus orígenes. Desde ese frío invierno en el que partió,
aquel joven casi imberbe no había olvidado ni un solo día su casa, una vieja
construcción a la que consideraba su hogar. No le hacía falta más. La suya era
una familia humilde, pero la mejor que podía tener. Jamás la hubiera abandonado
de no ser por las penurias económicas que atravesaban. Fueron sus mismos padres
los que lo animaron a marchar, con la certeza de que llegaría a lo más alto.
Retenerlo en el pueblo les parecía egoísta, pues su talento era innegable y no
podían dar lugar a que se desperdiciara.
En el autobús,
Juan repasaba lo que habían supuesto para él los años vividos en la capital.
Sus padres tenían razón. Había montado una exitosa empresa y pertenecía a una
reconocida banda de música con la que daba conciertos cada fin de semana. Así,
logró que su nombre fuera conocido entre la alta sociedad y llegó a codearse
con las personas más importantes de la época. No le faltó el dinero, tampoco la
diversión y el reconocimiento. Aún así, no se sentía completo. Notaba una
ausencia que nada ni nadie lograba suplir, necesitaba tener a su familia y
amigos cerca, respirar el aire puro del campo y pasear entre los sembrados que
cada generación cuidaba con esmero.
De pronto,
vinieron a su mente olores a tomillo y romero; el canto de los pájaros y el sonido
del viento acariciando las hojas de los árboles. Cerró los ojos y se imaginó
paseando entre los bellos paisajes con los que la naturaleza había obsequiado a
su pueblo. Bebió agua de sus manantiales e incluso creyó reconocer la voz de un
viejo amigo cuando el conductor avisó de que el autobús llegaba a su destino.
Y así fue cómo
se topó con la realidad. Poco quedaba del hermoso pueblo que Juan recordaba.
Pasear por sus calles le produjo pena. Sitió angustia y un enorme nudo creció
en su pecho. Se ahogaba. Necesitaba respirar el aire fresco que anhelaba en la ciudad,
disfrutar de los paisajes del campo y deleitarse con sus frutos. Encontrar a
alguien conocido que le pusiera al corriente de lo acontecido allí a lo largo
de cuarenta años de ausencia. Por el contrario,
lo que encontró fue un panorama más parecido al de la ciudad que al de
la villa de antaño. Supo que, por más que le doliera, aquel ya no era su
pueblo.