jueves, 25 de octubre de 2012

Este jueves, un relato: "Colores"


Me encantan los colores, mientras más alegres y llamativos, mejor. No podría concebir un mundo en blanco y negro o en tonos grisáceos. Siempre he relacionado el color con la alegría. Por eso ¿por qué no pintamos nuestra vida con el mayor número de tonos posible? Un arcoíris de buenas sensaciones que nos anime e ilusione.
Mi favorito es el rojo. Yo diría que siento por él lo que normalmente se le atribuye, pasión. Cuando tengo que elegir un color para algo, salvo excepciones, lo tengo claro: el rojo. Es llamativo, me trasmite alegría y creo que concuerda con mi personalidad.
Mientras algunas personas optan por colores más discretos a la hora de vestir, en mi armario predomina, entre otros, y como no podía ser de otra manera, el rojo. Camisetas, pantalones, sudaderas, jerséis y hasta un abrigo son algunas de las prendas que lo lucen. Pocas cosas encontraréis en él, sin embargo, en tonos marrones, grises, azul oscuro o granate. Negro si, pero porque pega con todo y lo puedes alegrar añadiendo complementos. Ahí está el truco. Y si no, un jersey negro con una falda roja, por ejemplo, y ya está.
Mi coche, del que ya hablé en otra ocasión, también es “colorao” y, además, estás adornado con cosillas del mismo tono. Y mi blog, ya podéis comprobar que fondo tiene… En fin, que si alguna vez tenéis que regalarme algo, ya sabéis de que color comprarlo, luego no digáis que no os lo pongo fácil ¿eh?
¿Qué si hay alguno que no me gusta? La verdad que al rosa le he cogido un poco de manía, me parece cursi, y ya como lo lleve un hombre, ¡ni te cuento! De todas formas, para gustos colores.
Más relatos e historias sobre los colores en The Daily Planet

viernes, 19 de octubre de 2012

Leche de cabra



El reportaje de esa semana no le convencía. A lo largo de su carrera había escrito sobre multitud de temas, pero el del próximo número de la revista Naturaleza en estado puro le resultaba un tanto absurdo. “Propiedades de la leche de cabra”. Para documentarse, pasó la tarde anterior en el campo junto a un ganadero que le explicó el proceso de obtención de la leche y los cuidados que se dispensan a los animales con el fin de obtener de ellos el mejor producto.
            Ahora tocaba ponerse a redactar. Se sentó frente al ordenador tratando de recordar las ideas principales que debía plasmar en el texto. Las palabras se resistían a salir de su mente de una manera fluida. Pulsaba las teclas del portátil sin convicción, sintiendo que las frases que aparecían en la pantalla no estaban a la altura de lo que el redactor jefe consideraría un buen reportaje periodístico.
Paró de escribir. De su jornada entre cabras había sacado varias cosas en claro, entre ellas un par de botellas de leche. Fue a la cocina en busca de una dispuesto a beber un trago que le devolviera la inspiración perdida. Al abrir la nevera, el recipiente calló y se partió en dos, derramándose su contenido por toda la habitación. Cuando se dispuso a coger la fregona, resbaló con la mala suerte de golpearse la cabeza con la mesa antes de llegar al suelo. Nunca le había gustado la sangre, y el hecho de ver cómo se mezclaba con el blanco de la leche hizo que se desmayara y perdiera la conciencia.
No recuerda nada más, ni siquiera el tiempo trascurrido desde ese instante hasta que se despertó en el hospital con la cabeza vendada y su madre diciéndole: “menos mal que no te bebiste la leche, hijo mío, habría sido mucho peor”. Como aún estaba un poco aturdido, no le dio importancia a aquellas palabras, más tarde supo que esa misma noche se había descubierto un caso de envenenamiento en la finca que acababa de visitar y el consumo de productos de los animales de la zona conllevaba graves riesgos para la salud.
“Eso si que hubiera sido una gran exclusiva”, se lamentó, aunque sintió alivio al ser consciente de que el reportaje, que ya no vería la luz, podía haber tenido peores consecuencias.

jueves, 11 de octubre de 2012

Este jueves, un relato: El teléfono


A veces me pregunto cómo nos las apañábamos sin teléfono móvil, no hace tantos años, cuando hoy en día se ha convertido en algo prácticamente imprescindible. Recuerdo los primeros modelos que salieron. Parecían ladrillos. Quienes los tenían los mostraban con orgullo, mientras otros se resistían a comprarse uno al asegurar que, teniendo fijo en casa, ese invento no les hacía falta para nada. Pero los tiempos cambian, la tecnología avanza y los ciudadanos terminan por adaptarse a ella y modernizarse a regañadientes o no.
            Al principio, los móviles mantenían las utilidades del teléfono convencional, incorporando como principal novedad los mensajes de texto y los juegos. ¿Quién no recuerda en de la serpiente? Poco a poco, se incorporaron otras prestaciones: pantalla en color, cámara de fotos, radio y, finalmente, pantalla táctil e internet. Así es cómo llegaron los actuales smartphones, que realmente llegan a crear adicción.
            Es increíble como un aparato de tan pequeñas dimensiones puede ofrecer tanto. Ahora un teléfono móvil no solo sirve para realizar y recibir llamadas y mensajes, sino que, además, ofrece una amplia gama de posibilidades gracias a las aplicaciones que se pueden descargar de internet. Conocer las últimas noticias, saber que tiempo hará mañana, acceder a las redes sociales, chatear a través de mensajería instantánea (sobre todo whatsapp), orientarse por GPS… Son solo algunos ejemplos, ya que existen muchísimos más, casi tantos como podamos imaginar.
            El hecho de tener en un mismo objeto juegos, música, acceso a internet y cámara de fotos, hace que muchos jóvenes se sientan enganchados a él y apenas lo suelten para comer y dormir (aunque mientras lo tengan junto al plato o en la mesita de noche). A algunos, incluso les acompaña hasta el baño, por lo que en más de una ocasión ha habido gente a quien se le ha caído al wáter con la consiguiente pérdida que esto conlleva.
            Yo llevo casi un año con mi BlackBerry y lo que más uso de ella es el navegador de internet, el whatsapp, las aplicaciones de las redes sociales tuenti y facebook y el correo electrónico, además de utilzarla para llamar y enviar mensajes, claro está. Hace poco, se bloqueó el botón principal del móvil, que no es táctil y funciona a través de un teclado y una pieza que sirve como ratón, al igual que sucede con los ordenadores. Solo iba a ratos y me desesperaba al comprobar que tenía varios whatsapp y algún mensaje de texto o correo electrónico que, sin embargo, no podía ver. Esa tecla es la base del teléfono y sin ella lo único que puedes hacer es recibir llamadas.
            El sábado, a la espera de quedar con mis amigos y dado que mi teléfono se había declarado en huelga, decidí sacarle y ponerle la batería en repetidas ocasiones, al igual que apagarlo y encenderlo otras tantas hasta que logré que funcionara justo a tiempo para llegar puntual a la cita. ¡Y pensar que antes quedábamos sin necesidad de usar los móviles! Si alguien tardaba, se esperaba un tiempo prudencial antes de marcharse sin esa persona, ahora, en cambio, enseguida se le llama o se le manda un whatsapp para saber por dónde anda y cuánto le falta para llegar. Estamos en la era de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y nos hemos anclado en la comodidad de estar conectados con solo pulsar un botón. Creo que es como para reflexionar.
            Por cierto, que mi BlackBerry funciona perfectamente desde el sábado y esperemos que siga así. J

Más historias telefónicas en el blog de María José Moreno.

martes, 2 de octubre de 2012

De copas



Las chicas del 4º C cumplen con su ritual de cada sábado por la noche. En el baño, Rocío se aplica la máscara de pestañas. Mientras, Lucía taconea por el pasillo, con un zapato de cada manera, preguntando cuáles pegan más con el vestido que lleva “¿me pongo los negros o los marrones?” grita sin cesar, pero no recibe respuesta alguna. María, tan puntual como siempre, las espera sentada en el sofá sin dejar de mirarse el reloj. Pasados unos minutos, salen a la calle con la esperanza de disfrutar de una buena noche. Han quedado en Alonso Martínez con Rosa y Ana para ir a tomar unas copas en el pub al que son asiduas desde que llegaron a Madrid.
Nada más entrar, se acercan a la barra y piden cinco chupitos al camarero. Enseguida empiezan a animarse e intercambian miradas con los jóvenes de al lado. A Lucía hay uno que le llama especialmente la atención. Cuchichean y se ríen hasta que el chico se acerca por detrás y le da un golpecito en el hombro. “Perdona, te estaba mirando y el caso es que tu cara me suena bastante”. Ella piensa que es la típica excusa para entablar conversación y no duda en aprovechar la oportunidad para tratar de ligar con él. A estas alturas de la noche, presiente que la cosa se puede dar bien. Hablan y hablan sin percatarse de que se han quedado solos. Al parecer, Jorge, que así se llama el joven, coincidió con el hermano mayor de Lucía en la Universidad.
De repente, la coge de la mano y la invita a salir fuera con la excusa de que no la oye bien debido al ruido de la música. Los nervios se apoderan de ella, le tiemblan las pierdas y nota como empiezan a sudarle las manos. “Tengo que hacerte una pregunta”. La frase la deja paralizada, está deseando saber qué le quiere decir. "¿Puedes darme el número de teléfono de tu hermano? Tengo que confesarte que estoy enamorado de él desde el momento en que lo conocí y necesito decírselo”. Aquellas palabras la devuelven de un golpe a la realidad. No puede creer lo que le está sucediendo. Se ha quedado fuera de juego y a penas reacciona. “Entonces, me das su móvil o no?”. “Esto es el colmo, vaya, no estoy dispuesta a pasar por semejante humillación”, piensa y sale corriendo a tanta velocidad como le permiten sus pies cansados y doloridos por los enormes tacones.