Lo suyo fue un atraco en toda regla. Sin violencia ni premeditación, pero tan fuerte que le resultó imposible zafarse de su ladrón. El caso es que no le importaba. Si, habéis leído bien, no sintió rabia, ni impotencia, ni siquiera echaba en falta aquello que había perdido.
Su vida cambió a partir del robo. Una fuerza inusitada se apoderó de ella y le impidió volver a ser la que era. Daba la sensación de que había sido víctima de un hechizo.
No pudo regresar a casa. El ladrón la cautivó de tal manera, que resultó atada a él de por vida. Estáis equivocados si pensáis que se enamoró perdidamente, que algún hombre le robó el corazón. No entraba en sus planes tener pareja, pues detestaba la idea de depender de una persona el resto de sus días. Fue algo aún más íntimo y personal.
Aquel viaje le había devuelto la libertad. Desde el primer día de estancia en ese bello país, supo que no podía volver. Prefería dejar atrás una existencia plana, vacía, carente de emociones, insípida… Le sobraban los adjetivos para describir la que hasta entonces había sido su vida. El contacto con la naturaleza despertó en ella la necesidad de alejarse de su cautiverio. Ya no tendría obligaciones, en sus días no existiría el agobio. Dejaría de padecer ansiedad y de respirar aire contaminado.
Se dio cuenta de que nada ni nadie la ataba al que hasta entonces había sido su hogar. Necesitaba espacio, aire puro y tranquilidad, sobre todo mucha tranquilidad. Aún hoy sigue dando las gracias al ladrón, o mejor dicho, ladrona, que le robó el pasado en aquel viaje con billete de ida, pero no de vuelta. Aún hoy sigue agradecida y orgullosa de ser víctima de su ya amiga LIBERTAD.