El nuevo restaurante abría sus puertas esa noche y todo estaba listo para la gran inauguración. El local cumplía los requisitos para resultar exitoso. Ubicado en el centro de la ciudad, disponía que una decoración moderna y de un menú atractivo a la vez que asequible a todos los bolsillos. Por si esto fuera poco, la oferta 2x1 durante el fin de semana era de lo más tentadora para captar la atención de los potenciales clientes.
Ricardo, el dueño, había pensado en cada detalle y aquel día andaba de un lado para otro supervisándolo todo y dando órdenes claras y concisas a los trabajadores. El jefe de cocina, consciente de su responsabilidad, se afanaba en que los platos estuvieran preparados en el menor tiempo posible, con una buena presentación y un mejor sabor. Para ello contaba con la ayuda de un equipo de cocineros con amplia experiencia. Los camareros, por su parte, servían las comandas con gran rapidez y siempre sin perder la sonrisa. Los clientes se veían satisfechos y se respiraba un ambiente de alegría.
Todo iba sobre ruedas hasta que llegó la hora de los postres. Los cocineros habían preparado la noche anterior un novedoso plato que requería pasar veinticuatro horas en el frigorífico para alcanzar un estado consistente y delicioso. Ricardo, al igual que el resto de trabajadores del restaurante, lo había probado en las pruebas iniciales y le había parecido brillante. Estaba convencido de que aquel apetecible dulce pondría un magnífico broche final a la velada. Él mismo se encargó personalmente de abrir unas botellas de champán con las que llenó las copas de los comensales antes de darles a probar el postre de la casa.
Pasaban los minutos y el servicio de camareros seguía sin aparecer. Ricardo imaginó que aún estaban culminando la presentación de los platos y trató de entretener a los clientes dándoles las gracias por confiar en su equipo para la cena de esa noche. “Espero que no se arrepientan de su visita y que volvamos a verles pronto por nuestras instalaciones”. Al terminar de pronunciar esas palabras se escuchó un enorme grito procedente de la cocina. “Tranquilos”, dijo, “voy a ver qué sucede y en nada estoy de vuelta con ustedes, no se preocupen, de verdad”.
La escena con la que se encontró al pasar la puerta fue de lo más desconcertante. Una de las cocineras estaba tirada en el suelo, inconsciente, algo hinchada y con la cara completamente roja, mientras el jefe de cocina llamaba por teléfono al 112 y el resto de empleados intentaba mantener la calma.
Al saber que la ambulancia venía de camino, Ricardo entró a la cámara frigorífica destinada a los postres y comprobó que a penas quedaban un par de platos llenos, el resto, tan limpios que parecían ya fregados, se acumulaban apilados en una esquina. ¡Un momento!, pensó. Y dirigiéndose a sus atentos trabajadores dijo: “¿A nadie se le ha ocurrido mirarle las manos?” Efectivamente, confirmó sus sospechas al comprobar que la joven enferma las tenía manchadas con los ingredientes del postre estrella, a lo que había que añadir algunos ligeros churretes en su cara. La había pillado, nunca mejor dicho, con las manos en la masa, aunque ahora lo principal era su salud, la regañina ya le caería después. Además, nadie se queda inconsciente solo por darse un atracón…
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Una pena, pobrecita, perder el sentido por comerse un postre, seguro que gracias a su avidez le descubren alguna alergia oculta. Si es que no hay mal que por bien no venga. Bss.
ResponderEliminarTal vez le tenga que agradecer, paradojicamente.
ResponderEliminarTal vez los ingredientes estaban en mal estado. Y al darse el atracón impidió que se intoxicaran los potenciales clientes.
Una verdadera golosa, echarle un bocadito, vaya y pase, pero parece que se le fue la mano. Sin dudas aquel postre debía de ser una exquisitez, siempre que se degustara en su justa medida.
ResponderEliminarIngenioso y distinto relato, con ese toque culinario que despide ricos y tentadores aromas!
Besos!
Gaby*
¿NO pudo coger otro momento?, la irresponsabilidad que hablábamos el otro día, jejejejej.
ResponderEliminarjejjee siempre hay algo que termina delatando cualquier "desliz" en el que la tentación nos hubiera hecho caer!...nose puede zafar fácilmente!
ResponderEliminarUn abrazo
Madre mía vaya chasco para el dueño, mira que darse un atracón precisamente la cocinera, ¿a quién se le ocurre?
ResponderEliminarUn abrazo
Anda que golosilla la empleada jajaja,menudo atracón se dió. Tan rico debía estar ese postre no le importó que la pillaran in fraganti jajaja.
ResponderEliminarUn abrazo.
Vaya yo definitivamente no la aceptaría como trabajadora de un restorant, ni nada relativo a la cocina, que horror
ResponderEliminarEsa empleada seguro que dará perdidas a la casa. Después de semejante atracón se quedará seguro sin trabajo.
ResponderEliminarBuena historia, divertida y original.
Un beso.
Supongo que la tentación era grande, pero la lio parda ... ¿Y como explicarlo a los clientes?
ResponderEliminarDivertido relato. Besos y hasta pronto.
Vaya inauguración! la tentación pudo con ella!
ResponderEliminarBesos!
La avaricia rompió el saco, dice el refrán. En el caso de la glotona de tu historia, un poco más y la gula le perfora el estómago. Al menos una cosa es cierta: el postre era rico, rico y con fundamento.
ResponderEliminarUn abrazo.
En este caso, ser pillado in fraganti, es lo menos. Casi le cuesta la vida la glotonería. Seguro que aprendió la lección :)
ResponderEliminarBss.