Con un beso, la mujer se hizo de agua y pasó a fundirse con el río que la había visto nacer. Su familia contemplaba la escena entre la nostalgia del tiempo vivido con ella y la alegría de saber que siempre podrían encontrarla allí, disfrutando del entorno que tanto le gustaba.
Estaba escrito. Nacerá en plena naturaleza, tendrá una existencia feliz y morirá joven, aunque permanecerá eternamente en el río al igual que sus antepasados.
Ser miembro de la tribu implicaba aceptar una serie de dogmas y preceptos que no todos comprendían, pero que asumían como propios con orgullo. Saber que el final de sus días, y a la vez el comienzo de una nueva etapa, pasaba por formar parte del río, les llenaba de satisfacción. Era el momento más esperado de sus vidas y debían estar preparados para la ocasión.
Cuando llegaba la hora, el cielo se oscurecía y el elegido ocupaba un lugar privilegiado en la orilla a la espera del denominado “último beso”. En un solo instante, vida y muerte se entrelazaban. Mientras uno pasaba a formar parte del río, otro nacía de sus aguas con el fin de asegurar la perpetuidad de la tribu. Esto ocurría una vez al año, y todos esperaban su turno tratando de llevar, hasta entonces, una vida honrada, tal y como recomendaban los dioses de la naturaleza. Y así, hasta el día de hoy.
Me gusto oirtelo leer, ahora lo vuelvo a disfrutar, la historia corre siguiendo su curso como el de ese rio.
ResponderEliminarUn beso Cris.
fue un gusto visitarte Cristina.
ResponderEliminarCariños.
Historia digna de ser leyenda!
ResponderEliminar=)
Un abrazo