jueves, 4 de septiembre de 2014

Herida profunda




Resulta increible comprobar cómo su mente se deteriora sin descanso. Ella, que siempre destacó por su alto coeficiente intelectual, muestra ahora un aspecto digno de lástima y compasión.

            “Nadie se hace a la idea de lo duro que es ver a tu hija así”. Repite su madre. “Una enfermedad mental es lo peor que te puede pasar, lo peor, y encima no tiene cura”. A Aurelia le cuesta asimilar la situación, pero se ha prometido a sí misma ser fuerte y luchar por la salud y el bienestar de la que aún considera “su pequeña”.

            Rosa pasea por la calle en camisón, fumando compulsivamente y propinando insultos a los viandantes que la miran con una mueca de pena en sus labios. En el pueblo todos la conocen y no tienen en cuenta sus bajones y recaídas.
           
            A veces, la lucidez la visita y no duda en preguntar a la gente que encuentra en su camino si le pasa algo si no sabe nada, que ella no tiene estudios y la quieren nombrar ministra. Y ahí es cuando su mente se vuelve a nublar y Rosa se adentra en su particular mundo.
           
            Para ella no importa si es lunes o domingo, si llueve o hace sol o si la crisis azota el país. Mañana, una vez más, tomará las medicinas de su tratamiento mientras Aurelia confía en que la jornada transcurra sin sobresaltos que alteren la rutina.

            Poca gente conoce el origen del mal que padece Rosa. Un secreto que Aurelia guarda en lo más profundo de su corazón. De puertas para fuera, extraña el cambio tan grande que la joven dio casi de la noche a la mañana. En casa, sin embargo, la herida ya no sangra, pero jamás cicatrizará. Es algo tan doloroso, que madre e hija nunca han vuelto a hablar del tema, prefieren obviar esa etapa de sus vidas e intentar seguir adelante, pero los fantasmas son fuertes y muestran su presencia en cualquier momento y lugar.

            Atrás quedaron las marcas del cuerpo, los moratones y algunas quemaduras situadas estratégicamente en zonas ocultas por la ropa. Eran otros tiempos, en los que ni siquiera se contemplaba la idea de denunciar. Nadie tiene derecho a maltratar a nadie, y mucho menos a un hijo. Agustín ya no está, pero sigue presente en la memoria de Rosa, cuyas heridas físicas llegaron a sanar, pero a quien las psíquicas acompañarán durante el resto de su vida.    

2 comentarios:

  1. Buen relato que toca un tema importante y profundo, que nos afecta, en alguna medida, a todos. Nadie sabemos las huellas que todavía nos puede dejar una enfermedad tan nefasta, no ya por nosotros sino por quienes nos acompañen. Esperamos que en los años venideros se encuentren más medidas paliativas y que mejoren el proceso degenerativo. Me ha gustado mucho. Un abrazo.

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  2. El mal psicológico es muy difícil de sanar. En el peor de los casos, el maltrato puede llegar a enloquecer a quien lo recibe. Buena toma de conciencia, Cristina. Un beso.

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