Agustín se veía incapaz de enfrentarse a aquella situación, pero no le quedaba otra. Pedro estaba enfermo y no podía participar en la representación teatral que organizaban, así que, le tocaba interpretar su papel. “Eso lo dices en un momento”, le repetía el director de la obra. Pero él no estaba convencido. “Demasiada responsabilidad”, pensaba.
La noche anterior apenas pudo dormir. Memorizaba una y otra vez las palabras que debía pronunciar sobre el escenario, que se habían acomodado en su cabeza sin ganas de abandonarla. “No pasa nada. Solo tienes que salir, decir tu parte y volver a entrar”, se decía a sí mismo.
Las luces del teatro se pagaron, el telón se abrió y Agustín apareció en él con la cara demudada. El silencio reinó en la sala y todas las miradas se dirigieron hacia él. Pasados unos minutos, cuando continuaba inmóvil en el centro de la escena, una tímida y temblorosa voz salió de sus labios diciendo: “Lo sien…” No llegó a terminar la frase cuando de su boca empezó a salir un líquido un tanto espeso de color amarillento con algunos tropezones de origen desconocido. En ese mismo instante, supo que su carrera de actor había terminado justo el mismo día del debut.
Los debuts deben ser momentos de infarto.
ResponderEliminarNo necesariamente. Si no se da por vencido, puede convertirse el una anecdota para contar, en algún futuro.
ResponderEliminarAlgunos debuts he pasado yo cuando me iniciaba como solista de viola y ¡¡¡no se los doy a pasar ni a mi peor enemigo!!!
ResponderEliminarNo sé si llegué a acostumbrarme nunca, cada escenario era un nuevo debut.
Un abrazo y tu cafelito.
Ay, no. Cayó víctima del stagefright, y cuentas muy bien su desgracia.
ResponderEliminarBesos, amiga..