Dos amigas futboleras -servidora, una colchonera empedernida, y Mamen, una culé de pro- decidimos acudir al encuentro que enfrentaba a nuestros equipos, Atlético de Madrid y FC Barcelona, en el estadio Vicente Calderón, el 11 de enero. Ambos conjuntos se encontraban en lo alto de la clasificación, empatados a puntos, por lo que era un buen momento para acudir juntas a un choque entre ellos.
Al ser un partido de tal envergadura, pensamos que resultaría complicado conseguir entradas. Mamen en seguida se acordó de Miguel, un amigo al que conoció en Gandía, socio de una peña del Barcelona en Palencia, que le aseguró que no tendría ningún problema para comprarlas si las solicitaba con veinte días de antelación. Se ofreció a pedirlas y también a acudir con nosotras al encuentro. Hasta aquí todo perfecto.
Pasaron los meses, y el momento del viaje se acercaba. Llegó la Navidad. Las dos habíamos sido tan buenas, que estábamos convencidas de que los Reyes Magos nos traerían las entradas para el partido cómo regalo. Pero no fue así. Mamen, impaciente, llamó a Miguel para ver qué pasaba, y se encontró con la desagradable sorpresa de que solo habían dado dos entradas a su peña, una para el presidente y otra para él que, apurado, no dudó en ponerla a nuestra disposición.
Esto fue el día 7, cuando yo ya estaba preparada para ir a comprar los billetes del autobús a Madrid. Mamen no sabía cómo contarme lo que sucedía, y decidió intentar arreglar el entuerto antes de decirme nada. Pensó en un amigo, socio del Atlético de Madrid, que igual podía sacarla del apuro. ¿Le podría conseguir alguna entrada a esas alturas? Él no, pero le remitió a un colega, también socio abonado, que no podía acudir al encuentro por problemas de salud. Le facilitó su número de teléfono y se puso en contacto con él. El joven aficionado rojiblanco le dijo que le dejaba su abono para el día 11, pero le pidió una cantidad desorbitada de dinero aduciendo que en la reventa conseguiría incluso más. Tras arduas negociaciones, consiguió un precio más o menos similar al de taquilla, y llegó a un acuerdo con él. Ella le mandaría una trasferencia y él enviaría el abono a su cuñado, que vive en Madrid, para que después nos lo diera a nosotras.
Solucionado el problema de las entradas, hicimos los macutos y cogimos el autobús con destino a la estación de Méndez Álvaro, donde nos esperaba Miguel con un amigo para darnos la entrada y pasar unas horas con nosotras. Estuvimos de cervezas, hablando de todo un poco y riendo sin parar. Tras el almuerzo, Mamen sugirió que fuéramos hacia el piso en el que vive su cuñado Fran, para recoger el abono. Así lo hicimos, nos juntamos con él y estuvimos tomando café todos juntos. El tiempo pasaba rápido. Los dos palentinos querían llegar a su ciudad para ver el partido en la tele, y nosotras todavía teníamos que ir hasta el piso de mi hermano para soltar las cosas y después coger el metro rumbo al estadio Vicente Calderón. Fran nos dijo que el piso estaba lejos. Nos encontrábamos en el norte de Madrid y teníamos que trasladarnos al sur, así que, pusimos la dirección en el gps con la esperanza de no tardar demasiado en el trayecto.
Confiamos en las nuevas tecnologías sin darnos cuenta de que a veces fallan al igual que lo hacemos los humanos. Y es que, cuando llevábamos un buen rato en el coche, me di cuenta de que nos estábamos alejando demasiado de Madrid. Ya estábamos fuera de la ciudad y no había visos de llegar a nuestro destino. Entonces, miramos el aparatito y resulta que habíamos tenido una confusión a la hora de escribir el nombre de la calle. La música seguía puesta, pero ya no se oían tantas risas y la tensión comenzaba a palparse en el ambiente. A todo esto, nuestros teléfonos móviles se estaban quedando sin batería y nos dejarían tirados de un momento a otro. Soy incapaz de precisar el tiempo exacto que estuvimos dando vueltas por Madrid, pero el suficiente para empezar a ponernos todos un poquito nerviosos, aunque intentáramos disimular.
No sé ni cómo, pero el caso es que llegamos al piso de mi hermano. Sacamos rápido los macutos del maletero del coche, nos despedimos de nuestros amigos, no sin antes darles las gracias por todo, y nos dispusimos a trazar el plan a seguir. ¡No había tiempo que perder! Una vez dentro del piso, y tras conectar el agua y la luz, pondríamos las baterías de nuestros teléfonos a cargar un rato mientras íbamos al cuarto de baño y preparábamos el quid futbolero para la ocasión, a saber: bufandas, banderas y demás complementos con los que animar a nuestros equipos. Debíamos darnos prisa si queríamos llegar a tiempo al partido.
Nos plantamos en la puerta y resulta que no podíamos abrir. ¡Que extraño! La llave de abajo abría y la marca coincidía con la de la cerradura. Entonces ¿por qué razón no entraba? A estas alturas estábamos ya para que nos diera un ataque y yo, al menos, no atinaba a razonar qué podía suceder hasta que… “¡Pero si es que no es el C, es el A!” Uff, ¡que alivio! El felpudo de ranitas me dio la clave, aunque hay que admitir que mi hermana contribuyó, desde la distancia, a hacérmelo ver. Entramos, hicimos todo cuanto dictaba el plan y salimos corriendo hacia el metro. Aún nos quedaban bastantes estaciones y varios trasbordos antes de llegar al estadio y el tiempo corría en nuestra contra.
Apagamos los teléfonos con el fin de guardar algo de batería ante posibles nuevos contratiempos. Entonces, a medio camino, fue cuando Mamen dijo: “Tengo un problema. No me acuerdo del código pin”. Yo pensé que lo decía de broma, pero enseguida me di cuenta de que no. Ella hizo varios intentos y al de tres, su móvil se quedó bloqueado. ¡Estupendo! ¿Nos podía pasar algo más? Lo mejor era buscar un punto de encuentro en el que vernos después del partido y no movernos de allí hasta encontrarnos. Pero eso ya lo decidiríamos una vez en el estadio, todavía nos quedaban varias paradas.
Marqués de Vadillo, la siguiente, Pirámides, era la nuestra. Un momento, dos hombres ataviados con bufandas del Atleti se bajan ahí y también oímos a una mujer decirle a otros “al Calderón por allí”. Sin tiempo para reaccionar, decidimos apearnos del vagón nosotras también, con la mala pata de que Mamen se queda atrancada en la puerta sin poder salir ni entrar. Desde fuera, intento abrir para que pueda venir conmigo, desde dentro, ella, junto con otros pasajeros del metro, tratan de hacer lo mismo. Por unos segundos pensamos que nuestros caminos se separan, y ¡a ver cómo nos encontramos después del partido! De repente, cómo por arte de magia, la puerta se abre y Mamen baja algo apurada y con dolor en la muñeca por el esfuerzo realizado.
¡Las 19:30 pasadas! Siempre pensé que a esa hora ya estaríamos dentro del estadio, cada una en su asiento, esperando a que empezara el partido y disfrutando del ambiente y, sin embargo, aún nos quedan unos minutos andando para llegar y luego acceder al campo. Los nervios se apoderan de mí, y creo de Mamen también, aunque ella los aparenta menos por fuera. Además, a su dolor de muñeca hay que añadir el de los pies debido a los tacones, así que bastante tiene ya la pobre. Intentamos andar lo más rápido que podemos, a la vez que hablamos con unos simpáticos aficionados colchoneros que nos explican por donde están nuestras puertas de entrada al estadio. Por fin llegamos al Calderón, lo primero que vemos es la tienda oficial del club con un enorme cartel de Diego Costa. “Nos vemos aquí después del partido, justo debajo de la foto”, le digo a Mamen. Y nos separamos.
¡Las 19:50! En mi puerta hay un montón de cola y encima me tocan detrás unos cuantos borrachos un poco pesados. ¿Me dará tiempo a entrar antes de que empiece el partido? No puedo dejar de mirarme el reloj, cuyas agujas avanzan más rápido que las personas que van delante de mí, mientras agarro con fuerza el abono en mi mano. ¡Lo que me faltaba ya era perderlo! Cuando por fin logro entrar, escucho unos pitidos y abucheos, deben ser los jugadores del Barcelona que están entrando al terreno de juego. Menos mal que encuentro rápido las escaleras y el vomitorio por el que tengo que acceder a mi asiento, pero cuando por fin me coloco en mi lugar son las 20:05 y ya me he perdido el mosaico del principio, que tantas ganas tenía de ver. Pienso que podía haber sido aún peor y decido intentar olvidarme de todo y centrarme en el partido. A todo esto, me pregunto por dónde andará Mamen. Pues resulta que ella al final entró antes que yo e incluso le sobraron diez minutos porque en su puerta no había cola.
El partido transcurrió sin incidentes y con igualdad de nivel entre los dos equipos. No voy a escribir una crónica porque me extendería demasiado, pero tengo que decir que disfruté de lo lindo animando al equipo y me consta que Mamen hizo lo propio desde el otro bando. Yo no quería irme sin una foto en el Calderón, y en el descanso decidí encender el móvil y dejárselo al chico que estaba sentado detrás de mí para que me hiciera una fotografía que inmortalizara aquel momento. Me daba cosilla que Mamen no pudiera hacer lo mismo, pero resulta que la suerte estaba de su parte y tenía la cámara en el bolso, por lo que pudo hacer incluso más fotos que yo.
Terminado el encuentro, nos volvimos a juntar en el punto elegido, es decir, en la foto de Diego Costa, y comenzamos a andar en dirección hacia el metro. Marisol quería vernos, pero estábamos cansadas para salir de fiesta, así que quedamos con ella para cenar en el centro. Pero justo cuando íbamos a entrar al metro, me quedé sin batería y no pudimos llegar a concretar nada, solo que nos veíamos en Sol, pero ni hora, ni sitio exacto, ni nada. Por lo que no llegamos a verla.
Una vez en Sol, ocurrió una de las cosas más divertidas del día. Mamen con su bufanda del Barça y yo con la mía del Atleti, cogidas del brazo andando por el centro de Madrid. Nos sentíamos observadas, todas las miradas se clavaban en nosotras y no faltaban los comentarios. “¿Cómo ha quedado el partido?”. “¡Así vais tan amigables!”. “Para mí mejor, que soy del Madrid”. “¿Cómo puedes ir con ella?”. Y aquí finaliza mi crónica de aquel largo y aprovechado 11 de enero, sentadas en el restaurante esperando a que nos trajeran la cena y recordando anécdotas. Sin duda, un día para recordar.
Dedicado a Mamen Espinosa, por los momentos vividos juntas en esta aventura madrileña. ;-)
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