“No puedo vivir del recuerdo”, se repite constantemente. Una vez más, su marido la ha sorprendido con los ojos vidriosos y ese portarretratos entre las manos. Lo mira con tanto cariño, que la imagen resulta sobrecogedora. La foto tiene más de cuarenta años, pero le sigue trasmitiendo sentimientos encontrados. Por un lado, gratos recuerdos de aquellos tiempos de infancia y adolescencia. Por otro, añoranza e impotencia al no poder regresar al lugar en el que fue realizada, su pueblo natal. De allí se marchó nada más casarse, al decidir su marido que lo mejor para ambos era emigrar al extranjero en busca de un futuro prometedor. Hicieron las maletas y viajaron hasta Francia. Él consiguió un buen trabajo y ella optó por ejercer de ama de casa. Los hijos no tardaron en llegar. Dos varones y una niña.
Aparentemente son la pareja perfecta y una familia feliz, pero ella siente un enorme vacío que nada ni nadie logra llenar. Tan solo de pensar en su tierra, su gente y sus raíces, las lágrimas comienzan a brotar de sus enormes ojos negros. “¡Si al menos viviéramos en España!”, piensa. Son muchos los kilómetros que le distancian de su patria y no ve el momento de volver. Ha intentado hablar del tema con su esposo en numerosas ocasiones, aunque siempre recibe la misma contestación: “¡no seas egoísta, mujer, aquí vivimos bien, tengo un buen trabajo y a nuestros hijos no les falta de nada. Tu lugar es éste!”.
Con el tiempo, se ha resignado a admitir que del pueblo solo le quedan sus vivencias y algunas fotografías como aquella. Ahora bien, hay una cosa que tiene bien clara, por fortuna, nadie le puede arrebatar sus recuerdos.
Suelta el portarretratos y saluda a su marido. “Hola, cariño, la comida ya está lista, ¿quieres tomarte una cerveza mientras preparo la mesa?”.
A menudo nos gusta presumir de ser ciudadanos del mundo. Sin embargo, creo que en el fondo de cada uno de nosotros existe un apego a la tierra que nos vió nacer y crecer, a nuestras raices. Yo al menos lo siento en mí. Cuando estoy lejos algún tiempo, estoy deseando volver.
ResponderEliminarGracias por participar.
Un beso, Cristina.
Esa resignación siempre le dolerá, aunque en su cabeza sepa que hay razones de sobra para valorar la decisión tomada en su momento. Quizás puedan compensar el desarraigo con alguna vuelta -aunque más no sea en plan de vacaciones- a su tan amada tierra natal.
ResponderEliminarMuy emotivo.
Un abrazo juevero!
Parece que algo falla en esa relación que hace que añore todavía mucho más lo que dejó atrás. Tiene que ser difícil dejar tu tierra sin saber cuando vas a poder volver.
ResponderEliminarUn relato emotivo y una historia cercana.
Un beso guapa!
La historia que nos traes, me resulta familiar, una tía mía tuvo que ir con sus hijos a Venezuela, allí vivió y murió, pero siempre añorando su tierra, venía con frecuencia, pero cada vez le costaba más partir. Creo que tiene que ser muy duro dejar tus seres queridos para ir a vivir a otro lugar, aunque allí tengas de todo. Es un relato que conmueve, más si has tenido alguna experiencia. Me encantó, y además me trajo muchos recuerdos. Besitos.
ResponderEliminarSentido relato Cristina, la añoranza de un lugar que hubo que dejar porque la vida y el trabajo empuja a ganarlo fuera de su casa, su familia y sus raices. Resignarse al no retorno debe de ser muy doloroso. Los recuerdos no siempre son suficientes.
ResponderEliminarBonito relato.
Un abrazo
Las raíces que nos ligan a nuestra patria chica son muy poderosas, se diría que sus aires, sus cielos y sus paisajes aportan el color de nuestra alma. No obstante, mi patria está donde está donde está mi hogar, y mi hogar donde están mi esposa y mis hijos.
ResponderEliminarUn beso
a las buenas noches, cris...
ResponderEliminarsabes, la señora esta me da pena..
sabes por qué defiendo muy muy mucho que la mujer trabaje? por que así siempre será independiente...he dicho...
mil medios besos, joven cris.
Hola Cristina, me ha gustado mucho tu relato.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu visita y dejar tu huella.
Con tu permiso me quedo.
Un beso
Los recuerdos, lo único que nadie puede quitarle. Por eso me dan tanta pena las personas con Alzheimer, porque pierden todo su pasado, como si en un incendio se quemaran todas las fotos de tu vida.
ResponderEliminarEs muy triste tu relato.
Un beso
A veces resulta dificil vivir con tanta nostalgia del terruño, no sé cómo algunas personas pueden seguir adelante. Pienso que la capacidad de las personas es tremenda.
ResponderEliminarUn abrazo juevero.
La tierra que nos vió nacer, creo que forma parte de nosotros; por eso la llevamos dentro y la extañamos cuando nos encontramos lejos de ella. A mi me sucede otro tanto, y eso que vivo relativamente cerca del pueblo que me vió nacer.
ResponderEliminarBss.
Es que la tierra de uno que tira mucho... y la familia más. Hay personas que no se hacen nunca, me da penilla ella... y yo que pensé que él le iba a darle una alegría... (le iba yo a dar una cervecita, si...)
ResponderEliminarBesos!!!
Me recordaste a mi mamá. Hoy tiene 97 años y no olvidó jamás la tierra (Italia) que dejó atrás a los 9 años. La marcó de por vida, pues siempre acunó esa nostalgia por el lugar de donde vino.
ResponderEliminarNo se puede vivir del pasado, pero a veces, no tiene remedio...
Un fuerte abrazo
A veces una se ha de sacrificar por su compañero, porque casi siempre es por su compañero; pero la generosidad debía de ser recíproca y al menos poder regresar en alguna ocasión.
ResponderEliminarTienes razón, los recuerdos no se pueden arrebatar, a no ser que lo haga la madre naturaleza.
Un abrazo
M encanta es "...nadie le puede arrebatar sus recuerdos ..." Como tampoco se pueden arrebatar los pensamientos.
ResponderEliminarUn muy buen relato que nos plantea la problemática conciliación de la vida laboral con el sentimiento de pertenencia a un lugar.
Besos.
Y asi continuamos, los jovenes emigrando en busca de trabajo. Afortunadamente las chicas de hoy ya no se conforman con el papel que les dieron al inicio de la representación.
ResponderEliminarEchar de menos algo con tanta fuerza es invalidante pero en tu relato hay esperanza. Ya me gustaria a mi saber que va a contarle la mujer al marido una vez lo tenga sentado delante. Me da que se le va a atragantar la cervecita :)
Añorar nuestra tierra, nuestra gente es tan hummano, tan entendible, que el dolor de tu protagonista lo hacemos nuestro. Ella tomó una decisión aunque ahora le pese en el tiempo... Muy buena historia Cris.
ResponderEliminarBesos guapisima.
Hay vacíos que no se pueden llenar con nada, la ausencia de la gente querida, de los lugares en los que crecimos y son nuestra tierra. Esas cosas no se olvidan, no se pueden reemplazar.
ResponderEliminarUna hermosa historia de añoranzas, quizás algún día pueda concretar su sueño y volver. No hay que perder las esperanzas.
Un beso enorme.
Yo te entiendo, es un sentiento muy fuerte, ya que como la tierra que de uno, no hay ninguna por buena que sea y bien que te vaya.
ResponderEliminarYo estoy segura de que algún día regresarás...casi siempre sucede. Mientras tanto, aprovecha lo que tienes y disfruta al máximo de todo.
Un beso.
Vivo a pocos kilómetros del pueblo donde nací, no me he movido de mi tierra más que para viajar por placer, así que me resulta difícil comprender este sentimiento, lo que los gallegos llamamos morriña, pero que resulta tan universal que la palabra se ha extendido a todos los países de habla hispana.
ResponderEliminarLo que me da más pena de tu historia, es que esta mujer no se sienta reconfortada por su marido y por sus hijos, que le duela más el recuerdo de su tierra natal, me da la impresión de que su vida no le hace feliz y esa morriña es solo su vía de escape.
Aunque ella trata de convencerse de que no puede vivir del recuerdo, no hay nada que le ocupe esa parcela de nostalgia ni nadie que avive su esperanza de volver.
ResponderEliminarSacrifica su felicidad por la comodidad de los otros.
Besos