¡Con copete y cucharilla, que lo
vende Molinilla!”. Era escuchar aquellas palabras, y el pequeño Rafael se
relamía pensando en el delicioso sabor del helado artesano de su vecino. Durante
los meses de verano, en las horas de la siesta, Pedro se paseaba por las calles
del pueblo vendiendo el delicioso postre de vainilla que con tanto esmero hacía
en casa de manera totalmente artesanal. Era el encargado de endulzar y
refrescar a los niños y mayores que lo esperaban con ganas de saborear su
producto estrella (estrella y único, pues no disponía de más variedad de
sabores)
Pedro Molina
(de ahí su apodo “Molinilla”) acompañado de su carrito, colocaba el helado
sobre los cucuruchos de manera generosa, de ahí la expresión “con copete”
utilizada en su frase, a la que ahora llamaríamos eslogan, que quiere decir
hasta arriba, lleno o cualquiera otro sinónimo que queráis buscar a esa
singular palabra.
Rafael ha
probado muchos helados a lo largo de su vida, pero ninguno parecido al que
tomaba en el pueblo donde pasaba los veranos con los abuelos. Aquel sabor, que
tanto le recuerda a su infancia, ¡era tan sabroso!
Más historias sobre oficios del pasado que se han perdido en el blog de Dorotea
Con tu historia me has hecho revivir mi niñez en un pueblo costero del Perú, llamado Pacasmayo...Una de las anecdotas que siempre recordamos mis hermanas y yo es la del "raspadillero" porque asi se llamaba a esos helados granizados..las raspadillas de muchos sabores eran algo que se disfrutaba mucho en ese calor a orillas del pacifico..Este tema juevero de la semana hará desempolvar muchos recuerdos a todos...besosss
ResponderEliminarAy, esos sabores de la infancia... inolvidables. La expresión "con copete" no es que la entendiera, es que me resulta muy familiar y, oye, que me apetece un helado de vainilla de Molinilla.
ResponderEliminarMe encanta volver a leerte. Besos.
Todavía se ven algunos como cosa pintoresca que quiere volver con aspecto vintage.
ResponderEliminarQue ganas de helado artesanal me han entrado al leer tu relato y eso que hoy hace fresquito.
ResponderEliminarUn saludo.
Yo viví mi infancia en un pueblo de Castilla y no había rastro de ningún heladero como el que describes...ojalá lo hubiera habido, has descrito el oficio maravillosamente bien.
ResponderEliminarMe alegro de volver a leerte!
Un beso
El sabor de la infancia, más o menos lejana, es algo que nunca se olvida. Gracias por recontar el recuerdo de Rafael y dejarnos tan buen sabor de boca. Un abrazo.
ResponderEliminarQué viejo debo de ser, Cristina. Lo digo porque todos los oficios que voy leyendo, he tenido ocasión de convivir con ellos. También con este del heladero ambulante.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Sabores, olores, palabras... ¿porque recordamos esas cosas después de tanto tiempo? Y acaba siendo como una película en la que vienen toda clase de detalles e, incluso, nos evoca una sonrisa.
ResponderEliminarUn beso enorme.
Y que rico sabían esos helados.
ResponderEliminarmanolo
.
Yo recuerdo algo similar, aunque el heladero del pueblo en el que yo vivia tenia dos o tres variedades de sabores. Eran tan deliciosos que aun me relamo. Me encanto tu escrito, besos.
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