Marta se había
despertado sin poderes. Lo supo desde el momento en que abrió los ojos y
comprobó que su chasquido de dedos no atendía a sus deseos. Intentó
tranquilizarse. Debía haber algún error. Volvió a probar suerte sin resultado,
ni el vaso de leche con galletas le llegaba en una bandeja, junto con cuatro
galletas de chocolate, ni la cama se hacía sola. Tendría que ir a la cocina a
prepararse el desayuno, algo que llevaba meses sin hacer. Se sentó en el sofá
dispuesta a ver sus dibujos animados favoritos pero nada, su gesto seguía sin
funcionar, así que, tiró de mando a distancia. Era sábado y no tenía prisa.
Unas partidas a la videoconsola después le vendrían bien para entretenerse.
Pero se hartó pronto, pues no lograba ganar, “¡qué raro!” pensó, “si yo nunca
pierdo”.
Estaba claro que la mañana no iba bien. Las cortinas no
se abrían cuando ella quería, las luces tampoco se encendían… era como si nada
en la casa atendiera a sus órdenes. Salió al jardín y las plantas no la
saludaron, tampoco los pajarillos se acercaron a darle los buenos días. El sol
parecía enfadado, y se escondió tras una nube de cuyo interior parecían querer
saltar centenares de gotas de lluvia a tenor del ruido que hacían.
Se refugió en casa desanimada, aquello no le parecía
divertido. Le estaban entrando ganas de llorar. ¿Qué podía hacer? Se sentó a
escribir. Hacía tiempo que no cogía su libreta mágica y su boli fabuloso.
Gracias a ellos había ganado varios concursos literarios en el colegio. Al utilizarlos,
su imaginación volaba y su mente inventaba historias fantásticas.
Comprobó que al cuaderno solo le quedaban un par de hojas
en blanco y el bolígrafo andaba escaso de tinta. Sin su ayuda, seguro que le
costaba más trabajo concentrarse y escribir algo realmente bueno. Cerró los
ojos y pensó, pero no le surgían ideas. Sin saber cómo, se acordó de su amiga
Ana, que apenas tenía juguetes y aprovechaba las libretas al máximo para que
sus padres no tuvieran que gastar dinero en comprarle más. Intentó ponerse en
su lugar, no podía ni imaginar la tristeza que sentiría si los Reyes Magos no
le trajeran nada este año. Ana, en cambio, estaba tan acostumbrada, que lo que
le extrañaba era que Sus Majestades llegaran a su casa algún día. Cuando le
preguntaban qué le habían traído, sonreía mientras bromeaba diciendo que tal
vez no encontraban la dirección de su casa o no entendían bien su mala letra.
Por
fin había encontrado la mejor utilidad que podía darle a aquel par de hojas y
esas gotitas de tinta. Y escribió a Melchor, Gaspar y Baltasar, la mejor de las
cartas que se le ocurrió para su amiga. Estaba convencida de que, esta vez, la
magia tenía que llegar a su familia.
Andaba poniendo el punto final a sus letras cuando
comenzó a salir el sol y el patio se vistió de colores. Sonrío, el día había
empezado mal, pero por fin todo cambiaba. Ya ni le importaba el hecho de no
tener poderes. Había aprendido el verdadero significado de la palabra
generosidad.
Está bien lo de la generosidad, pero perder los poderes es algo dramatico, sin atenuantes.
ResponderEliminarSaludos.