miércoles, 21 de enero de 2015

De vuelta





Juan regresaba al pueblo cuarenta años después. Tras cuatro décadas de intenso trabajo fuera de casa, llegaba el momento de volver a sus orígenes. Desde ese frío invierno en el que partió, aquel joven casi imberbe no había olvidado ni un solo día su casa, una vieja construcción a la que consideraba su hogar. No le hacía falta más. La suya era una familia humilde, pero la mejor que podía tener. Jamás la hubiera abandonado de no ser por las penurias económicas que atravesaban. Fueron sus mismos padres los que lo animaron a marchar, con la certeza de que llegaría a lo más alto. Retenerlo en el pueblo les parecía egoísta, pues su talento era innegable y no podían dar lugar a que se desperdiciara.

En el autobús, Juan repasaba lo que habían supuesto para él los años vividos en la capital. Sus padres tenían razón. Había montado una exitosa empresa y pertenecía a una reconocida banda de música con la que daba conciertos cada fin de semana. Así, logró que su nombre fuera conocido entre la alta sociedad y llegó a codearse con las personas más importantes de la época. No le faltó el dinero, tampoco la diversión y el reconocimiento. Aún así, no se sentía completo. Notaba una ausencia que nada ni nadie lograba suplir, necesitaba tener a su familia y amigos cerca, respirar el aire puro del campo y pasear entre los sembrados que cada generación cuidaba con esmero.

De pronto, vinieron a su mente olores a tomillo y romero; el canto de los pájaros y el sonido del viento acariciando las hojas de los árboles. Cerró los ojos y se imaginó paseando entre los bellos paisajes con los que la naturaleza había obsequiado a su pueblo. Bebió agua de sus manantiales e incluso creyó reconocer la voz de un viejo amigo cuando el conductor avisó de que el autobús llegaba a su destino.


Y así fue cómo se topó con la realidad. Poco quedaba del hermoso pueblo que Juan recordaba. Pasear por sus calles le produjo pena. Sitió angustia y un enorme nudo creció en su pecho. Se ahogaba. Necesitaba respirar el aire fresco que anhelaba en la ciudad, disfrutar de los paisajes del campo y deleitarse con sus frutos. Encontrar a alguien conocido que le pusiera al corriente de lo acontecido allí a lo largo de cuarenta años de ausencia. Por el contrario,  lo que encontró fue un panorama más parecido al de la ciudad que al de la villa de antaño. Supo que, por más que le doliera, aquel ya no era su pueblo.

7 comentarios:

  1. Es el problema de volver con propositos nostalgicos, que el lugar no sea como se recuerda. Hay quienes dicen que el regreso es imposible, porque el que regresa ya es otro.

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  2. Me gusta el tema y lo has expresado bien; el deseo de volver y anhelar su vida infantil y juvenil. Había estado separado de sus raíces demasiado tiempo. Las cosas cambian, uno también. Como decía el poeta Pablo Neruda: "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". Tampoco lo es el pueblo; ningún pueblo lo es. ¡Falta tantas tantas personas ya!

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  3. Los que cambiamos somos nosotros, también el pueblo para mejor, pero nosotros eso no lo vemos porque lo miramos con los ojos de los jóvenes que fuimos.

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  4. para mejor o para peor, nuestras raíces quedan en la memoria del corazón y allí uno puede conservarlas si quiere. He vivido ese cambio y prefiero quedarme con los recuerdos lindos. Muy buena historia Cristina. Gracias por todo.

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  5. A veces las grandes expectativas nos matan la realidad que tenemos ante los ojos, quizás logre ver también ahora algo de lo bueno que recordaba.
    =)

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  6. Imagino el cambio. La mayoría de los pueblos lo han tenido en estos últimos años y, claro, significa perder su raíz, sus orígenes que él consideraba permanecían. A mi me pasó cuando volví a México y fui a la casa en la que viví algunas temporadas de niño. Nada coincidía con mis recuerdos.
    Besos.

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  7. A eso se le llama progreso, aunque deberíamos replantearnos si lo es o no porque no lo tengo claro...

    Beso y cafelito.

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